Alina Havryliuk, conocida por su nombre artístico Alevtina, lleva nueve años inmersa en el panorama musical, los tres últimos como dj residente en el popular Sky Bar de Kiev. Pero la guerra en Ucrania ha frenado en seco su vida, como la de millones de ucranianos que se ven obligados a huir desde que Rusia invadiera el país.
La joven, de 32 años, abandonó Ucrania a principios de marzo y llegará a Ibiza en los próximos días para trabajar esta temporada. Lo hará en el Grupo Nassau, para el que pinchará un par de días a la semana en uno de sus clubs. «Anteriormente estuve en Ibiza con el International Music Summit (IMS) y, la última vez, estuve pinchando para un programa de radio en directo que se hizo en un beach club», cuenta. Ahora volverá a pisar la isla, pero lo hará en otras condiciones.
Havryliuk lleva varios días alojada en Barcelona, después de que aquel fatídico 24 de febrero el estruendo de una bomba la despertara a escasos kilómetros de la ciudad de Kiev. Esa noche la había pasado con su equipo grabando una sesión de techno que acabaron celebrando con unas copas. «Hablamos sobre los planes que teníamos y nadie pensó que la guerra estaba ahí», dice.
Todo fue muy rápido, sobre las cinco de la madrugada. «Escuchaba a la gente correr, cogí el teléfono y ví que tenía varias llamadas», recuerda. En apenas diez minutos su madre se había plantado en su casa para que saliera de allí. «Nos están bombardeando», le dijo. «No puedo olvidar este sentimiento, tampoco su cara», añade la joven. Lo más rápido que pudieron, tanto ella como los amigos que estaban en su casa, hicieron una mochila y se fueron a casa de los padres de Havryliuk, donde se alojaron tres días. «Decidimos mudarnos a un lugar más seguro porque era imposible dormir con todo los pitos que había», sostiene. Y en un coche se metieron siete personas, dos de ellas en el maletero, rumbo a Berezivka, a 20 kilómetros de la capital de Ucrania.
«Nos quedamos allí solo una noche porque era imposible dormir, desde la ventana se veía el cielo rojo de los bombardeos», lamenta. «Solo esperaba poder levantarme de la cama para esconderme», afirma. Y rompe a llorar. Recordar esto y saber que familiares y amigos siguen allí es algo difícil de explicar, dice, e imposible de entender para los que no lo vivimos. De nuevo hicieron la mochila de camino a la región de Volyn, donde nació, hasta que decidieran si abandonarían o no el país. «En el camino explotó un puente en la carretera Kyiv-Zhytomyr, pueblo de Stoyanka. Ni siquiera dio tiempo a oírlo, pero sí lo sentimos», indica.
Camino a España
Cruzaron la frontera con Ucrania el 5 de marzo, después de que su madre condujera durante nueve horas seguidas. Su hermana lo hizo días antes para instalarse en Noruega, donde pidió refugio. «Para mí fue una decisión muy difícil. Suponía dejar a las personas a las que quiero», lamenta. Entre ellos su padre, abuelo, tíos, primos y amigos. «Fue irnos y el ejército ruso comenzó a atacar Berezivka, que es donde estábamos al principio. Estuvieron una semana sin electricidad, solo oían el sonido de la guerra», cuenta.
La joven sueña con volver a su casa, de la que solo pudo rescatar el equipo de música con el que pincha : «Es lo más caro que tenía en el apartamento y puede ser útil en cualquier caso», apunta.
De momento, ya cuenta con el permiso de residencia temporal, tanto ella como su madre. «En apenas una hora lo teníamos», apunta. Y se ofrece a ayudar a compatriotas que no sepan cómo gestionar estos trámites desde su experiencia.
Havryliuk ha elegido España por su afinidad con los latinos, dice. «Los españoles son muy emocionales como yo y, en cuanto a mi profesión, puedo tener aquí más oportunidades que en otro país y está más cerca que Argentina, México o Colombia», explica. Y es que, a pesar de que estudió Ingeniería en Administración de Tierras, su pasión es la música.
Cambio radical
Ella es solo uno de los miles de ejemplos de personas que han huido de Ucrania. «Una mañana te despiertas y entiendes que lo que construyes para toda tu vida puede desaparecer», apunta con la voz entrecortada. «Y las personas que conoces puede que no estén vivas, no sabes si podrás volver a ver a tus amigos y solo sueñas con dormir en tu cama, llamar a quien quieres y escuchar su voz», añade. Havryliuk da en el clavo: «No sabemos lo ricos y felices que éramos antes de la guerra».
Desde aquel 24 de febrero en su cabeza solo retumba el sonido de los bombardeos, del tráfico, de las sirenas… Las imágenes de gente corriendo, haciendo colas, metiendo cosas en los coches se amontonan en sus ojos. «Antes de irme a dormir sueño, cada día, con volver a ver a mi familia junta», dice.
No es partidaria de que se les llame refugiados. «Soy un ser humano y todas las personas que están en esta situación también», señala. Pero está inmensamente agradecida por la solidaridad de todos los países. «El mundo está lleno de gente buena y al final, como decimos, el bien vencerá al mal», subraya.